viernes, 27 de julio de 2007

Como es que es el corrinche...

En varias oportunidades he tenido la maravilla de ver las luces de la ciudad aparecer poco a poco, inundando la oscuridad del cielo. En el Kremlin de Moscú, en la Torre Eiffel, en la Alhambra y en Manhattan mirado desde la terraza del edificio donde vive Leif en Brooklyn. Sigo despidiéndome de Nueva York, ayer fui por última vez al Museo Metropolitano, atrás quedaron mis muchos recorridos entre estatua y bastión, luego les hablaré de eso. Ahora quiero confesar que el cyber espacio y todas estas cosas tan adelantadas siguen siendo un enigma para mí y quiero aprender en medio de la despedida como es que se maneja esta cosa que llaman blog, porque claro lo diseñó mi hija Valentina, y me muero del susto de llegar a Bogotá y no saber qué hacer para seguir contando mis muchas historias.

Por ahora va esta foto para presentar formalmente a Leif; el cuento que le escribí a Arista, el maravilloso músico chocoano, cuento que hace parte de el Libro de las Celebraciones que se lanzó en Bogotá hace poco. Vamos a ver si soy capaz de seguirle el ritmo a este corrinche electrónico.



El Galandro

“Cuando el galandro yo voy tirando
todos los peces se van pegando...
así se pegan esos amores
esos amores que voy dejando” -Arista

Aristarco Perea Copete es negro, pero de un negro distinto, parecido al color del borojó, que no es negro pero si distinto. Nació en el Chocó, cualquier día de ningún año, y tiene el hablado altanero y pinchado, autosuficiente que dicen mis gentes del resto del litoral Pacífico, tenemos los que hemos nacido en el Chocó.
Camina erguido con pasos cortos, marcando el ritmo exacto entre sus hombros y sus pies, mueve las manos suave pero categóricamente, como igual de categóricas suenan sus palabras cuando habla y cuando canta hablando también.
Baila, envolviendo a la pareja con sus manos grandes, moviendo los pies con pasos cortos como cuando camina, para obligar al resto del cuerpo a bambolearse elegantemente, cimbreantemente, como diciéndole a la pareja echáte pa´cá.
Y es que Arista nació bailao.
Cuando era muchacho iba a los bailes peseteros, esos que para entrar a bailar, había que pagar veinte centavos. Las vitrolas se engalanaban con vestidos de madera pintados de mil colores. Cada vitrola de baile pesetero tenía su nombre, la más famosa era El Anacobero, y retumbaban varias cuadras a la redonda, las notas de boleros y sones. Infaltable en ese retumbar la música del jefe Daniel Santos.
Y Arista oía y bailaba.
Arista también nació cantao.
Eufemia Copete Ledesma, su mamá suya de él, cantaba alabaos en velorios veredales, y su papá suyo de él, Erasmo Perea Hinestrosa, era el primer clarinete de la banda de San Pacho en Quibdó, él no quería que Arista fuera músico. Erasmo había quedado resentido por los celos de otros músicos, y entonces cambió las zapatillas del clarinete, por la aguja de oro que lo convirtió en sastre, para vestir de gala y con pinche inglés, a muchas gentes en el Chocó. Le prohibió a Arista que hiciera música y a los hermanos de Arista también.
Pero Arista no le hizo caso a la prohibición paterna. Decía con frecuencia, que era como sentirse sordo frente a la prohibición, pero despierto para la música.
Y despertó, y de qué manera. A los 8 años compone El rosal, a una niña mujer de la que se enamoró de lejos, porque ella estudiaba en el internado donde trabajaba la hermana de Arista.
Entonces el apellido Perea que vino de la isla de Cuba seguramente en canoa, preñado de sones y boleros, las zapatillas del clarinete de Erasmo, los alabaos cantados por Eufemia y las mujeres revoloteando en su entorno, hacen que Arista empiece a andar por los caminos de la música, su música.
Hablé con Aristarco Perea Copete por primera vez, en la Feria del Libro de Bogotá, por allá en el año 2001, en una presentación que hizo para los escritores invitados, lo conocía de mucho antes, por sus boleros, sones, pero sobretodo por la maravilla que significaba y significa para mi oído de artillero, esa especial forma de marcar acentos en las palabras, que hacían y hacen que mi cintura de negra obedezca a esa necesidad de dejarse ir en el ritmo con sensualidad.
No dejamos nunca de hablar a partir de ese momento. En El Señor del Son su espacio en la calle 19, nuestras conversadas podían ser interminables, sobre todo si llovía fuerte en Bogotá, porque el aguacero siempre el aguacero nos transportaba a nuestro Chocó y hacía que borboritaran las palabras más intensas y más fuertes que el aguacero. Sentía que lo conocía desde siempre y nos arrebatábamos las palabras porque ambos sabíamos de qué estábamos hablando.
Lo primero que me enseñó es que la música del Chocó no se toca con partitura, porque se le pierde la gracia, y me acordé de los chupacobres, como llamábamos a los músicos de la Banda de San Pacho. Y lo segundo, que esos déjes, sus déjes que han endiablado mi cintura, no son otra cosa que la cadencia en el canto.
Le conté que mis recuerdos de niña, me hacían pensar que toda la música que escuchaba en esos tiempos, exceptuando la estridencia del son que salía de los anacoberos, era de guitarra y que nunca había tenido una explicación certera de éste hecho, frente a lo que se ha denominado la cultura del tambor. Y entonces abrió los ojos mucho, muchísimo y se puso autosuficiente, pinchadísimo como diríamos en el Chocó, puso su pose más seductora, siempre fue seductor conmigo pues los chocoanos somos seductores, y la seducción de la palabra nos encanta, pues nos permite mostrar eso que siempre han dicho nuestra gentes del resto del litoral Pacífico, tenemos de engreídos los chocoanos.
Empezó hablándome de la guitarra prima y me dijo que la que hace los bordones es la armónica. Que por allá en 1944 un hombre llamado Marcelino que era mecánico de ingenios azucareros y que llega a Itsmina le enseña a tocar guitarra a Víctor Dueñas, la mejor guitarra que ha tenido el Chocó, él a su vez le enseña a Gastón Guerrero; Chagualo aprende guitarra con Víctor Dueñas y con Gastón y representa a Colombia en Chile con el trío Montecarlo. Nuestros músicos se iniciaron con la guitarra, fue la respuesta a mi pregunta.
Víctor Dueñas, me decía Arista ayudó mucho en su formación. Cantó por primera vez en público con su agrupación La Timba, siendo muy niño, y los otros cantantes le daban coscorrones, única defensa ante la privilegiada voz de ese cantante niño llamado Arista, que ahogaba los sonidos de la guitarra que Víctor Dueñas también le enseño a tocar.
Pasa el tiempo y un día de noviembre de 1969 llega a Bogotá con los boleros, sones, el tumbao y la chirimía que no conocía la noche bogotana. Se presentó como el chocoano pinchao que es, todo de blanco, con su inseparable sombrero panamá, refulgían bajo el sombrero sus ojos negros intensos y picarones y del terno blanco salían sus manos cuadradas, grandes, del color del borojó, moviéndose rítmicamente para tocar la clave y las maracas.
Le cantó Chocoanita a un Papa que besó tierra colombiana sin saber seguramente, por qué un hombre negro le cantaba sobre una mujer que enamoró su corazón.
Estaría el Papa para saber de las sinuosidades del andar de las chocoanas para enamorar corazones. Pero lo que realmente Arista hubiera querido decirle al Papa es que el cura que lo bautizó en Quibdo no quería ponerle Aristarco, porque así se llamaba un compañero de prisión del apóstol llamado Pablo. Pero Aristarco se quedó por la tozudez de Eufemia su mamá suya de él.
Seguramente el compañero de prisión del apóstol, era un luchador por la paz como Arista y como Arista también un defensor de su tierra y de su gente, enemigo de imposiciones y colonialismos. Cosas contra las que Arista peleó con sus canciones y con la acidez de su humor.
De su galandro se fueron pegando muchos amores, a los que les cantó con picardía y despecho, pero siempre desde el deseo. Supongo que fue un maravilloso y enloquecido pichador, enamorado de las mujeres aún a costa de sí mismo. Por eso Arista ya no está, se lo llevó en sus alas una mariposa vagarosa y lo posó en una rama del árbol del borrachero.
Cuando llegó al final del largo viaje, se formó un corrinche y una algarabía, les dio un saludo celestial a Arsenio Rodríguez, Beny Moré y Chano Posso, también soneros famosos, sacó del bolsillo las maracas, acarició el viento con su voz de siempre y marcó el ritmo con sus déjes, que se seguirán escuchando cada vez que alguien quiera enamorarse con un bolero, un abozao, o con un son.
“Así, así , así, se pegan………”

jueves, 26 de julio de 2007

Leif, un relato de abuela.

Me reencontré con Leif en este verano neoyorkino, tiene tres años habla muchísimo y está en esa etapa de los por qué en inglés y español, lo que lo hace doblemente difícil de responder. Es esquivo al contacto pero dadivoso en otras formas de afecto, ríe a carcajadas y ya es todo un interlocutor. Este verano transcurrió distinto a nuestro encuentro anterior, fue más intenso y lleno de palabras. Este relato es la primera parte de la bitácora de vuelo hacia su corazón.

Llegué a Nueva York finalizando el año 2005. La ciudad estaba esplendente como siempre, titilaban todas sus luces, en especial las rojas y verdes, y el viento parecía más enojado que de costumbre, soplando, para hacer más frío, el frío.

Vine a Nueva York a cumplir una cita con Leif, quién vive en un loft de un viejo edificio, que alguna vez fue una humeante fábrica del también viejo Brooklyn. Me maravilla llegar y salir de su apartamento en las noches, para ver siempre los rascacielos de Manhattan, con el brillo de sus luces blanco azuladas, rojas y verdes, que a veces en ésta época, se ocultan tras la niebla.

Leif tiene un gato angora gris, que se llama gallina, pero en inglés; tiene una granja con caballos, pollos, marrano, oveja, vaca y dos trabajadores. Todos los días cuando la granja despierta, o mejor cuando él la despierta, suena un ta ra ri ru ri rura, para que los que no duermen en la granja, despierten. Además tiene pájaros, una jirafa, un pingúino y un mico, ranas, delfines, osos y un perro de la misma raza de uno que alguna vez tuvo su mamá: Fisher price.

A Leif le gustan mucho los animales y tiene muchos libros sobre animales, y él ha aprendido a imitar los sonidos que hacen algunos de esos animales.

Leif vino hace aproximadamente un año y medio a vivir en Nueva York. Para ser más precisos, Leif vino hace un año y medio a vivir en éste mundo.

Nació en su loft de 70 Comercial Street, en Brooklyn, por entre las piernas de Valentina su valerosa mamá, y entre las manos de Memania, su dulce partera. Ahí en ese preciso momento nos conocimos. Pasamos una temporada juntos, lo cargué mientras el cantor Philip L. Sherman, Mohel certificado, le hacía el Brit Milá, o lo que es lo mismo, la circuncisión, durmió sobre mí su primera rasca, producto del algodón empapado en vino kosher, que el cantor le dio a modo de anestesia, y lució en aquel verano neoyorkino un coqueto vendaje lleno de huecos para que respiraran sus venitas maltratadas con tanta inyección necesaria para combatir su primera infección renal, y para que él, con la fuerza que lo ha caracterizado desde recién nacido no se arrancara el cateter que permitía la entrada de la jeringa con el líquido sanador.Pero lo realmente sanador era la teta de su mama, de la cual no quiso desprenderse desde que abrió los ojos.

Cuando se restableció paseamos por el Central Park y fuimos al Museo Metropolitano y nos dijimos adiós por seis meses, para reencontrarnos en mi apartamento en Bogotá, donde por primera vez se quedó sólo conmigo en las noches, llorando a grito herido, mientras Valentina reencontraba la rumba bogotana. Sintió de nuevo los abrazototes de su abuelo Moritz, conoció a su tío Yohir, a su bisabuela Maya Figueroa y a su tía abuela, la dulce Mayita quién se encargó de llevarlo a pasear por Bogotá. Fue a Cali a conocer a su bisabuela Eva, a la tía abuela Ruth, a Consuelo, Efraím , Sebastián y Abraham. Fue con Valentina a la Guajira, se bañó en el Mar Caribe, durmió en Chinchorro, comió pescado frito con aguadepanela, se ennegreció con el sol y jugó con la arena. Y creo que en ese viaje aprendió a caminar moviendo la cabeza al son de la música que sale a todo volumen, de la grabadora puesta muy cerca de su oreja.

Nos reencontramos en Nueva York el pasado primero de diciembre, que vine a pasar una temporada con él, mientras le hacían un tratamiento médico a Valentina, su mama. El mismo día de mi llegada pasamos nuestro primer día juntos y a solas, caminé por Manhattan Avenue, con él en su coche, se durmió y entonces aproveché para comprar cosas deliciosas en el supermercado Le Garden, y cuando llegamos al edificio donde queda su loft, empecé a cometer las locuras que cometemos todas las abuelas con sus nietos. Como mi espalda ya no da para subir largas escaleras cargando un niño dormido con el coche y las bolsas de las compras,y con todos los sueters y abrigos necesarios para el frío invierno, me aseguré que estuviera en sueño profundo y lo dejé quietecito a la subida de la escalera, mientras yo corría a dejar las bolsas en el apartamento, baje como una loca, él continuaba durmiendo, entonces me senté en un escalón a esperar que despertara, para subir cogidos de la mano, los escalones eternos que nos conducirían al calor de su loft y de su gato que para él es sinónimo de casa.

Ese día a la hora del almuerzo, empezó la complicidad. Con mis habilidades para la cocina, muy conocidas por cierto, decidí mejor darle: espárragos, queso, jamón, tomates enanos, aguacate que le encanta y unas frutillas que se llaman blueberryes, que son un híbrido entre agráz y uvita negra caleña, todo orgánico por supuesto, para que no le fuera a dar un soponcio a Valentina su mamá.

Y le enseñé dos cosas: a comer aceitunas que le fascinaron, y a brindar Chin chin, chocando su tetero de agua, con mi vaso de cerveza Sapporo.

Después de eso hicimos cosas diferentes todos los días, el fin de semana siguiente fuimos al Hospital Bethesda, por una fiebre alta, persistente, que pasó sin consecuencias. Procurábamos encontrarnos para comer en los restaurantes de Chinatown, o en Malasya o en Saigón Grill, donde saboreó unos rollos de carne que se llaman Cha Gío y otros de camarones que se llaman Goi Cuon Tom y comió Xuong Nuong, le encanta la comida vietnamita y la saborea de una manera especial, es boquisabroso como diría su bisabuela Maya Figueroa.

Y por esa razón tiene una barriga descomunal y triple papada como su abuelo, y también como su abuelo Moritz y su bisabuelo Yohir y Valentina su mama, camina con pasos fuertes, con pasos anchos, como si quisiera sorberse el mundo.

Las primeras palabras que dijo en español fueron zapato y gato, después mama, que obligatoria e inexplicablemente declinaro en mami, sin que la hubiera oído antes.
Leif es trilingúe, la primera palabra que aprendió en inglés fue mine, o lo que es lo mismo mío, dice go, cuando algo a alguien lo cansa, down para que lo bajen de su silla del comedor, up para que lo carguen, ba bay para despedirse y hi para saludar, more cuando quiere más comida y all down para finalizar cualquier acción. Cuando se le dice choca esos cinco o give me five, levanta la mano para llevarla al encuentro de la mía.

Todo esto acompañado del lenguaje de signos, especialmente diseñado para comunicarse con los sordomudos, que han descubierto, sirve para acelerar la velocidad de adquisición del lenguaje verbal. Me dice ela y la semana pasada aprendió a decir culo, sabe tocar sus ojos, naríz, boca y orejas, se pone un kleenex en la naríz y hace ruido como de locomotora, y cuando le quitan el pañal se toca el pipi sin ninguna sorpresa cuando se le pone erecto, le encanta el baño en la tina con sus animales y sus letras de colores que se fijan a la pared, descubrió el espejo y hasta ensaya el llanto para mirarse llorando. Pide que lo ayuden con el último tramo de la escalera para llegar a mi habitación a desbaratar mis collares, ponerse mis sombreros y anteojos, poner en fila los esmaltes de uñas y los perfumes, para tumbarlos de un manotazo mientras me mira con picardía. Me da abrazos y besos que me ensanchan el corazón. Sale corriendo apenas se abre la puerta de la calle y habla en jeringonza por todo el corredor hasta que lo alcanzamos en la puerta del final del pasillo, si algo le genera mucha curiosidad es un llavero con muchas llaves, intenta meterlas en todas las ranuras y que coincidan con todas las cerraduras. Va a la guardería y tiene muchos amigos y frecuenta un Café Infantil al caer la tarde donde hay muchos juegos para los niños mientras sus padres conversan.

Sufrió mucho, sufre todavía por haber perdido hace muy poco la teta de Valentina su mama, tetis dice él y ahora la toca a menudo y le dice ba bay en señal de despedida; baila moviendo solamente la cabeza como su abuelo Moritz y mira fijo y con los ojos bien abiertos como su tío Yohir; toca firolina, flauta y armónica, o mejor dicho las sopla para sacarles sonido como hacen Valentina su mama y su abuelo Moritz, va a ser chupacobre, como su abuelo.


Pero lo que realmente lo hipnotiza es oír a Valentina cantar, sobre todo Los pollitos dicen y él dice pío pá, y puede pasar mucho tiempo con todos los aparatos que tienen teclas y botones que producen relación causa - efecto: la entrada y salida de los cd en el vhs, apagar el televisor con el control remoto para volver a prenderlo, sabe más del computador que yo, y me mira con asombro cuando hace algo que lo pone en reposo, y yo no sé reanudar la función, descubrió los audífonos y oye música en ellos mientras pinta o mejor, hace rayas de colores por toda la casa, y queda inmóvil ante las películas que le cuentan todo sobre muchas cosas de la vida y que son de la serie Baby Einstein, Baby Da Vinci , Baby Mozart, Baby Beethoven y que le hablan y muestran los animales que viven en la sabana, como el rinoceronte, tronco de lío cuando regrese a la sabana de Bogotá.

Un nieto es como tener un hijo, con intermediarios, es un hijo por interpuesta persona, que se va apoderando de un pedazote de tu corazón y que llega a tu vida en el momento en que menos lo esperas, para ser tu amigo, tu cómplice, tu confidente.

Sé que Leif y yo, coincidiremos en muchos lugares del mundo. Pero sé que dentro de 20 años nos encontraremos en Nueva York, caminaremos por el Central Park, pasaremos la tarde en el Museo Metropolitano, y por la noche él me invitará a comer, cocina vietnamita que tanto le gusta, haremos Chin chin con las copas para brindar con vino o con champaña, él por supuesto, yo brindaré con agua.










miércoles, 25 de julio de 2007

Vean Vé, la negrita habla en Inglés!

He sentido el calor de la ciudad de Nueva York en este último mes, he mirado diariamente el Empire State Building vestido de blanco en estas noches de verano llenas de luz. Estoy despidiéndome del afecto de mi hija y de mi nieto, del azul del cielo del norte y de la placidez del mar. Reburujando entre mis letras encontré esta traducción de mis barujos al Inglés, preñada de sonoridades Pacificas y de sentimientos que no saben viajar de un idioma al otro. Lo regalo en bruto a todos mis ¨gringos monos¨. Vean vé!

I grew up in Chocó; that piece of Colombian soil with the form of a woman’s body, kissed by the Caribbean Sea and the Pacific Ocean. That soil has many mighty rivers fed by an eternal rain, which settles on all the trees of the jungle, on its exuberant flowers, on its exotic fruits, and that briefly refreshes the burning heat that surrounds it. It is populated in its majority by black people of frank smile, of overflowing tenderness, of boisterous joy. A people with a peculiar way of pronouncing the words, of marking accents not where orthography allows, but where the palpitation orders it. There in Quibdó, its capital, my black nanas entertained and lullabyed me, astonished me with magic and interminable narrations full of flavor, of scent, of cadence and candor, of spicy, ribald humor; of hot desire and labored breath.

All this marking the dom, dorom, dom, dom. Following the drum, competing with the palpitation in one word, entering to the rhythm, maintaining it, eternalizing it, magnifying it. My black nanas made me feel the intensity of the countless rhythms that live in the body, and they gave me the capacity to find them, to feel them, to enjoy them. For me, of all the rhythms, the black rhythm is the slowest, but the most intense. It supposes a communication with the surroundings. It is marked by the daily experience. It is, most of all, coy and sensual.

For this reason, in my stories, each one of the nanas recreates a rhythm capable of transmitting experiences; setting off from a point that is located in their bodies, but that simultaneously travels to enjoy each body, driving the story with an endless intensity that pervades the pores and invites the imagination, to recreate the heated customs of daily life in 1950’s Chocó.

In my stories, is possible to find the enjoyment of recovering the traditional values of Chocó through the collective memory; to emphasize the influence and wealth of the black culture; and to recognize the woman, in particular the black women excelling in their role in the context of a society dominated by the white race.

I choose the short story as a narrative technique, because it is synthetic and globalizing, it describes the experience like an adventure. In order to write them, I have had to let myself go by the path of my own memory, allowing myself to develop situations that indulge in reveries of nostalgia. A sense of nostalgia that comes to fill up empty spaces.

I speak with different words, of tottering loudness, that caress the ear and seem to dance, for that reason I do not use a glossary. I want all those that enter in to my stories to enjoy following the story without the need to decipher meaning, allowing them to use their imagination and to let themselves dream.

Traducción: Mayita Posso con ayuda de Valentina Akerman

viernes, 20 de julio de 2007

Y la tinta se hizo negra!

Yo nací y me crié en el Chocó, oliendo el marañón, comiendo bocachico y empapándome con el aguacero. Creciendo, al cuidado de mis nanas negras aprendí a disfrutar, a compartir, a amar la riqueza de las costumbres, de las tradiciones; del día que se fue con alegría y del que vendrá mañana y traerá más alegría.

Sentí el calor, el viento, el sudor, me bañé en los ríos; comí almirajó, bacao, caimito y borojó. Oí a mis nanas hablar sobre el ritmo, zigzaguear con el ritmo, bailar con el ritmo, amar y llorar por el ritmo. Y apropié ese ritmo, lo exprimí, lo estrujé a través de la memoria oral; del contacto físico siempre caliente, acompañado de la palabra cantada dentro del relato, acompañado del pie en el suelo para marcar el compás; del brazo en alto, y de la mano en la nalga, para permitir el coqueteo del cuerpo.

Estos recuerdos permiten que mis vivencias sean tan fuertes, y que hoy se escriban para dar a conocer la riqueza de la cultura chocoana mediante relatos; utilizando la narración para recrear, entre otras muchas cosas, las formas de hablar, de contar, de cantar, de bailar, de contonear, de mirar; rescatando algunas de las costumbres tradicionales en los nacimientos, las fiestas, los paseos, las comidas, la despedida de los muertos viejos y el gualí para los muertos niños; difundiendo el significado del vocabulario tradicionalmente usado por los negros en el Chocó; exaltando la sensualidad de su cultura con la utilización permanente del humor, que es procaz y sutil al mismo tiempo.

Escogí el cuento como técnica narrativa porque es un género corto, sintético y globalizante, que describe la vivencia como aventura. Para escribir estos cuentos, necesariamente he tenido que dejarme ir por el camino que marca el recuerdo, permitiendo que se desarrollen situaciones oníricas encontradas a través de la nostalgia. Hablo con palabras distintas, de sonoridad bamboleante, que acarician el oído y parecen danzar, por eso no utilizo glosario, quiero que todos los que se adentren en mis cuentos disfruten siguiendo el relato sin la preocupación necesaria de descifrar significados, permitiendo invitar a la imaginación y prepararse a soñar.