viernes, 27 de julio de 2007

El Galandro

“Cuando el galandro yo voy tirando
todos los peces se van pegando...
así se pegan esos amores
esos amores que voy dejando” -Arista

Aristarco Perea Copete es negro, pero de un negro distinto, parecido al color del borojó, que no es negro pero si distinto. Nació en el Chocó, cualquier día de ningún año, y tiene el hablado altanero y pinchado, autosuficiente que dicen mis gentes del resto del litoral Pacífico, tenemos los que hemos nacido en el Chocó.
Camina erguido con pasos cortos, marcando el ritmo exacto entre sus hombros y sus pies, mueve las manos suave pero categóricamente, como igual de categóricas suenan sus palabras cuando habla y cuando canta hablando también.
Baila, envolviendo a la pareja con sus manos grandes, moviendo los pies con pasos cortos como cuando camina, para obligar al resto del cuerpo a bambolearse elegantemente, cimbreantemente, como diciéndole a la pareja echáte pa´cá.
Y es que Arista nació bailao.
Cuando era muchacho iba a los bailes peseteros, esos que para entrar a bailar, había que pagar veinte centavos. Las vitrolas se engalanaban con vestidos de madera pintados de mil colores. Cada vitrola de baile pesetero tenía su nombre, la más famosa era El Anacobero, y retumbaban varias cuadras a la redonda, las notas de boleros y sones. Infaltable en ese retumbar la música del jefe Daniel Santos.
Y Arista oía y bailaba.
Arista también nació cantao.
Eufemia Copete Ledesma, su mamá suya de él, cantaba alabaos en velorios veredales, y su papá suyo de él, Erasmo Perea Hinestrosa, era el primer clarinete de la banda de San Pacho en Quibdó, él no quería que Arista fuera músico. Erasmo había quedado resentido por los celos de otros músicos, y entonces cambió las zapatillas del clarinete, por la aguja de oro que lo convirtió en sastre, para vestir de gala y con pinche inglés, a muchas gentes en el Chocó. Le prohibió a Arista que hiciera música y a los hermanos de Arista también.
Pero Arista no le hizo caso a la prohibición paterna. Decía con frecuencia, que era como sentirse sordo frente a la prohibición, pero despierto para la música.
Y despertó, y de qué manera. A los 8 años compone El rosal, a una niña mujer de la que se enamoró de lejos, porque ella estudiaba en el internado donde trabajaba la hermana de Arista.
Entonces el apellido Perea que vino de la isla de Cuba seguramente en canoa, preñado de sones y boleros, las zapatillas del clarinete de Erasmo, los alabaos cantados por Eufemia y las mujeres revoloteando en su entorno, hacen que Arista empiece a andar por los caminos de la música, su música.
Hablé con Aristarco Perea Copete por primera vez, en la Feria del Libro de Bogotá, por allá en el año 2001, en una presentación que hizo para los escritores invitados, lo conocía de mucho antes, por sus boleros, sones, pero sobretodo por la maravilla que significaba y significa para mi oído de artillero, esa especial forma de marcar acentos en las palabras, que hacían y hacen que mi cintura de negra obedezca a esa necesidad de dejarse ir en el ritmo con sensualidad.
No dejamos nunca de hablar a partir de ese momento. En El Señor del Son su espacio en la calle 19, nuestras conversadas podían ser interminables, sobre todo si llovía fuerte en Bogotá, porque el aguacero siempre el aguacero nos transportaba a nuestro Chocó y hacía que borboritaran las palabras más intensas y más fuertes que el aguacero. Sentía que lo conocía desde siempre y nos arrebatábamos las palabras porque ambos sabíamos de qué estábamos hablando.
Lo primero que me enseñó es que la música del Chocó no se toca con partitura, porque se le pierde la gracia, y me acordé de los chupacobres, como llamábamos a los músicos de la Banda de San Pacho. Y lo segundo, que esos déjes, sus déjes que han endiablado mi cintura, no son otra cosa que la cadencia en el canto.
Le conté que mis recuerdos de niña, me hacían pensar que toda la música que escuchaba en esos tiempos, exceptuando la estridencia del son que salía de los anacoberos, era de guitarra y que nunca había tenido una explicación certera de éste hecho, frente a lo que se ha denominado la cultura del tambor. Y entonces abrió los ojos mucho, muchísimo y se puso autosuficiente, pinchadísimo como diríamos en el Chocó, puso su pose más seductora, siempre fue seductor conmigo pues los chocoanos somos seductores, y la seducción de la palabra nos encanta, pues nos permite mostrar eso que siempre han dicho nuestra gentes del resto del litoral Pacífico, tenemos de engreídos los chocoanos.
Empezó hablándome de la guitarra prima y me dijo que la que hace los bordones es la armónica. Que por allá en 1944 un hombre llamado Marcelino que era mecánico de ingenios azucareros y que llega a Itsmina le enseña a tocar guitarra a Víctor Dueñas, la mejor guitarra que ha tenido el Chocó, él a su vez le enseña a Gastón Guerrero; Chagualo aprende guitarra con Víctor Dueñas y con Gastón y representa a Colombia en Chile con el trío Montecarlo. Nuestros músicos se iniciaron con la guitarra, fue la respuesta a mi pregunta.
Víctor Dueñas, me decía Arista ayudó mucho en su formación. Cantó por primera vez en público con su agrupación La Timba, siendo muy niño, y los otros cantantes le daban coscorrones, única defensa ante la privilegiada voz de ese cantante niño llamado Arista, que ahogaba los sonidos de la guitarra que Víctor Dueñas también le enseño a tocar.
Pasa el tiempo y un día de noviembre de 1969 llega a Bogotá con los boleros, sones, el tumbao y la chirimía que no conocía la noche bogotana. Se presentó como el chocoano pinchao que es, todo de blanco, con su inseparable sombrero panamá, refulgían bajo el sombrero sus ojos negros intensos y picarones y del terno blanco salían sus manos cuadradas, grandes, del color del borojó, moviéndose rítmicamente para tocar la clave y las maracas.
Le cantó Chocoanita a un Papa que besó tierra colombiana sin saber seguramente, por qué un hombre negro le cantaba sobre una mujer que enamoró su corazón.
Estaría el Papa para saber de las sinuosidades del andar de las chocoanas para enamorar corazones. Pero lo que realmente Arista hubiera querido decirle al Papa es que el cura que lo bautizó en Quibdo no quería ponerle Aristarco, porque así se llamaba un compañero de prisión del apóstol llamado Pablo. Pero Aristarco se quedó por la tozudez de Eufemia su mamá suya de él.
Seguramente el compañero de prisión del apóstol, era un luchador por la paz como Arista y como Arista también un defensor de su tierra y de su gente, enemigo de imposiciones y colonialismos. Cosas contra las que Arista peleó con sus canciones y con la acidez de su humor.
De su galandro se fueron pegando muchos amores, a los que les cantó con picardía y despecho, pero siempre desde el deseo. Supongo que fue un maravilloso y enloquecido pichador, enamorado de las mujeres aún a costa de sí mismo. Por eso Arista ya no está, se lo llevó en sus alas una mariposa vagarosa y lo posó en una rama del árbol del borrachero.
Cuando llegó al final del largo viaje, se formó un corrinche y una algarabía, les dio un saludo celestial a Arsenio Rodríguez, Beny Moré y Chano Posso, también soneros famosos, sacó del bolsillo las maracas, acarició el viento con su voz de siempre y marcó el ritmo con sus déjes, que se seguirán escuchando cada vez que alguien quiera enamorarse con un bolero, un abozao, o con un son.
“Así, así , así, se pegan………”

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